domingo, 3 de febrero de 2013

RINCONES DE TENERIFE: LAS VEGAS

Agustín Guimerá, el primer miembro de esta familia que pisó la isla, llegó en 1824 tras estar a punto de sufrir un naufragio. Decidió quedarse, pero no lo hizo solo: con él se trajo la campana de la nave y una danza de su lugar de origen. Ambas permanecen en Las Vegas, el pequeño pueblo del sur en el que levantó una ermita y una casa.
A unos diez kilómetros del casco urbano de Granadilla, sobre los 650 metros de altitud, subiendo hacia el monte y una vez atravesado Chimiche se encuentra el pago de Las Vegas. Unas pocas calles muy bordeadas de casas cuidadas por sus propietarios, unos bancales agrícolas abandonados en los que los pinos vuelven a sus antiguos espacios y, presidiéndolo todo, la placita con una pequeña ermita y dos árboles. Más arriba, las montañas de Guajara y Pasagirón se recortan en el cielo azul del comienzo del verano. En los días laborables nada perturba la paz de este lugar, apenas el lento caminar de una anciana que pasea por el pueblo y un silencio que lo domina todo. La transparencia del aire, la vegetación y la cercanía del monte convierten a Las Vegas en uno de los lugares más hermosos de nuestra isla. Sólo desentona en este lugar tan especial la visión abrumadora del cableado aéreo electrico y teléfonico, que afea algunas calles y que debería ser corregido por el Ayuntamiento de Granadilla o por Unelco. 
El lugar apenas tiene 20 habitantes censados actualmente, pero se vuelve a llenar durante los meses de verano y sobre todo en las fiestas de Santa Ana y la Virgen de la Esperanza, que se celebran a finales de julio. Si preguntan a alguno de los residentes les contará enseguida una historia que tiene que ver con un campanario que cada año tiene más altura y una célebre danza que se baila únicamente en las fiestas. Les diran que hace mucho tiempo un barco naufragó, que unas monjas ayudaron a los marineros y en agradecimiento éstos les regalaron la campana de la nave, que permanece colgada en un pino delante de la ermita y que año tras año se eleva a medida que el árbol crece. 


Como siempre ocurre, detrás de cada piedra, de cada lugar, hay una historia que nos da una explicación acerca del cómo, de los porqués, de las causas y las consecuencias de los acontecimientos que allí tuvieron lugar. En el caso de Las Vegas, nuestra historia relaciona todos los elementos que hemos citado antes (la ermita, el árbol, la campana y la danza) en un relato coherente. Empecemos.

Tras la conquista de la isla, las tierras que rodean Las Vegas fueron cedidas por el adelantado Fernández de Lugo a su patrocinador, el duque de Medina-Sidonia, que nombró como administrador al vasco Juan de Gordejuela. Tras un pleito con el duque, quedó como dueño de los terrenos. Su familia cedió la propiedad a las monjas agustinas del desaparecido convento de San Andrés y Santa Mónica, que los Gordejuela habían fundado en Los Realejos. Una casa en la calle de Santa Ana recuerda al primitivo propietario. 
En 1824 llegó a la isla de Tenerife un viejo barco de tres palos capitaneado por su propietario, Agustín Guimerá i Ramón. La nave estaba en tan malas condiciones que estuvo a punto de naufragar, por lo que Guimerá vendió toda la carga, la nave y se quedó a vivir en la isla. Natural de El Vendrell, en Tarragona, era el primer miembro de esta familia que pisaba Tenerife. Todas las ramas de los Guimerá de las islas son descendientes suyos. 

Aquí destacó como comerciante y también en política, llegando a ocupar puestos de relevancia en el Ayuntamiento de Santa Cruz y a participar activamente en el proceso de la concesión de los Puertos Francos a Canarias. Dos sobrinos suyos, huérfanos, se vinieron a trabajar con él. Uno de ellos, Agustín, se casó aquí y fue el padre del dramaturgo Ángel Guimerá, nacido en Santa Cruz y que da nombre al teatro de la capital. 


En 1838, amparándose en la desamortización de los bienes eclesiásticos, compró parte de Las Vegas, que hasta ese momento seguía perteneciendo a las monjas agustinas. Según el historiador Agustín Guimerá Ravina, descendiente de nuestro personaje, edificó una ermita en el pequeño núcleo de población y colgó la campana de aquel barco que lo trajo a Tenerife en el pino que ya hemos nombrado. Esa campana no es la que podemos ver hoy en el árbol, pues al parecer la antigua desapareció en un momento indeterminado, siendo sustituída por la actual. También levantó una casa que todavía se conoce como la de los Guimerá y dedicó las fincas probablemente al cultivo del tabaco, lo que se demuestra en la existencia en el pueblo de las ruinas de un secadero.


Pero también trajo de su lugar natal otra de las grandes tradiciones culturales de Las Vegas: la danza de varas. La danza de Las Vegas desciende de los Ball de Valencians o Baile de Valencianos de El Vendrell y tiene siempre siete componentes sin suplentes. Todos los danzadores proceden de la zona situada entre Las Rosas y Las Vegas y los acompaña un grupo de tocadores con guitarras, laúdes, timples y un violín. José Mesa, autor de la fotografía de la danza que acompaña a esta crónica, ha elaborado un interesante trabajo sobre esta tradición. Todavía hoy en día los danzarines y los tocadores hacen un último ensayo en el patio de la antigua casa de la familia Guimerá, siempre media hora antes de salir la procesión. 

Como podemos ver, la historia nos permite explicar las leyendas de un hermoso lugar de nuestra isla y anudar elementos tan dispares como un pino, una campana y un baile. 

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