miércoles, 21 de marzo de 2012

El FUEGO de BRONCE

Sinopsis 

En julio de 1979, estando España en guerra con Gran Bretaña, y la Armada Española (luego de la desastrosa derrota sufrida en el cabo de San Vicente) bloqueada en Cádiz por la británica, el Archipiélago de las Canarias se encontraba absolutamente aislado e incomunicado. Es entonces (después de una minuciosa preparación) cuando el almirante Jervis, comandante de la poderosa escuadra británica que bloquea a la española, de acuerdo con el entonces recién ascendido a contralmirante Horatio Nelson, decidió el ataque a la plaza fuerte más importante de Canarias, donde se halla la Comandancia General: Santa Cruz de Tenerife. En los planes ingleses no cabía otra cosa que la victoria y la posterior invasión de la isla, y posiblemente del resto del archipiélago, donde apenas había guarnición militar. Meses antes, en la noche cerrada, buques de guerra británicos apresan barcos españoles y alguno francés (nación aliada de España) en la misma rada chicharrera (así llamados los habitantes de este pueblo de pescadores, por la abundancia de chicharros en sus aguas). Las sencillas gentes de la isla se temen lo peor; la incertidumbre y el miedo a la invasión hacen presa en la población. 

Pero al frente de las fuerzas españolas (entonces la primera autoridad militar también era la primera autoridad civil) se hallaba un militar escepcional, experimentado, buen conocedor del británico, con quien en su larga carrera castrense se había enfrentado y vencido en varias importantes ocasiones (entre otras en la recuperación de Menorca): el general D. Antonio Gutiérrez González-Varona, quien prepara la mejor defensa posible, dado los escasísimos medios con los que contaba. 


En El Fuego de Bronce se narra la Gesta del 25 de Julio de 1979; la grandiosa y olvidada Victoria española sobre una formidable fuerza británica comprendida por 9 buques de guerra (con 383 bocas de fuego) y 2.000 infantes de marina y marineros altamente instruidos y experimentados. No llegaban a 400 los soldados profesionales (incluyendo los 110 marineros de La Matiné (corveta francesa apresada en la rada dos meses antes), más 1.300 milicianos, campesinos analfabetos, apenas instruidos y mal armados (sólo contaron con mosquetes menos de 200 hombres, siendo aperos de labranza las armas que empuñaron la mayoría). En la playa junto al Castillo de San Cristóbal perdió Nelson el brazo derecho y casi pierde la vida. El mismo Nelson que ocho años después venció, entregando su vida, en la Batalla de Trafalgar. 

En la novela se suceden historias de amor y amistad, así como de odios y rencores, entrelazadas con los hechos reales: actos de heroísmo y deserciones cobardes; el amargor de la derrota y el entusiasmo en la victoria. A través de los personajes de ficción y los reales se conocen las costumbres de la época; las marcadas diferencias sociales; la profunda sociedad rural de finales del s. XVIII, en unas islas muy lejanas del Continente Europeo. Los hechos históricos se ciñen fielmente a las fuentes documentales, constituyendo la novela en su conjunto una narración intensa y emocionante. 

Creo poder asegurar que El Fuego de Bronce es la primera novela que narra este importantísimo acontecimiento (y esta circunstancia siempre constituye un aliciente para el lector), que pudo haber cambiado el curso de la Historia. Si Nelson hubiese alcanzado su propósito, hoy Tenerife o Canarias al completo (apostaría yo) serían otro Gibraltar; y este hecho es desconocido por la inmensa mayoría de la población, no sólo peninsular, sino canaria. 
  
                                

                                                      Extracto de “El Fuego de Bronce” 

Serían las cinco de la tarde cuando don Cosme, don Paco y Fabián atravesaban el umbral de la puerta de la taberna. Sentadas en una de las mesas, Carmita y Segismunda, apoyando los codos sobre el mueble de pino, inclinadas hacía delante, inconscientes, mostraban sus escotes generosos. Los dos viejos se miraron con picardía. Fabián fijó los ojos en la posadera, que le pillaba más de frente. El muchacho sintió un calor que recorrió todo su cuerpo. Hacía tiempo que no experimentaba aquella sensación de estupor y excitación a la vez. Durante unos instantes, se quedó obnubilado por visión tan espléndida.

—Buenas tardes, señoras —saludó don Cosme, quitándose el sombrero negro, acartonado por el uso y la porquería acumulada a lo largo de los años. 

Las mujeres miraron a los recién llegados y devolvieron el saludo. 
Segismunda giró la cintura y apartó hacía atrás la silla. Al hacer el movimiento, se inclinó aún más hacia delante y su escote creció un segundo, hasta que se puso de pie. Ese segundo fue captado por Fabián, como la lechuza hambrienta que descubre un ratón. El tullido abrió los ojos como dos platos de porcelana y la boca como una olla de cobre. Ese segundo pasó fugaz, pero a Fabián la imagen se le grabó en sus pupilas para siempre. Se sintió estremecer por dentro, y un calor sofocante le invadió de súbito. Entonces, Carmita ejecutó un movimiento parecido y sus pechos se balancearon de forma parecida a los de Segismunda, salvo que los de la posadera eran aún más abundantes. Fabián sintió que se le iba la cabeza, la rodilla sana cedió a su peso. La pierna le tembló y estuvo a punto de caerse. 

—¿Te pasa algo, muchacho? —inquirió don Paco, que se había percatado de la circunstancia y lo sostuvo por un brazo. 

—Nada, don Paco —dijo, volviendo a la vida real—. Eso es lo que yo quisiera, don Paco, que me pasara algo. 

—No te entiendo, Fabián. 

—Pues yo sí que entiendo al muchacho —dijo don Cosme, señalando con la mirada a las mujeres. 

—¿Una cuartita de vino? —preguntó Carmita, sonriente y contenta, como siempre que daba la bienvenida a los primeros clientes de la tarde, más aún si se trataba de lugareños apreciados como los dos ancianos y el tullido. 

—Yo un vasito de aguardiente —dijo don Cosme. 

—Yo otro —dijo don Paco. 

—¿Y tú, Fabián? —preguntó la posadera. 

—A mí me da igual todo —dijo con la boca torcida y la mirada perdida en el blanco de las paredes. 

—Entonces, otro vasito de aguardiente —repuso Carmita.

              
                                                                    SOBRE EL AUTOR

Jesús Villanueva Jiménez nació en Ceuta en 1969, llegó a Tenerife a los 7 años. Es empresario. Antes de “El Fuego de Bronce” publicó el poemario “Sobre la Nube Gris”. En breve publicará su segunda novela, cuya trama se desarrolla en la antigua Roma, en el siglo I a. J.C.; y un libro sobre relatos cortos y poesía. Además, publica cada domingo en La Opinión de Tenerife una serie de relatos cortos, “Cosas que pasan”. Ha publicado diversos artículos sobre La Gesta del 18 de Julio de 1797 en La Opinión de Tenerife, Canarias 7, El Día y la revista militar Hespérides. 

Quiero agradecer profundamente a Jesús Villanueva, no solo el gran trabajo realizado en éste libro, sino su total y absoluta colaboración para la realización de este post y el haber despertado, después de la lectura de tan apasionante novela, mi olvidada pasión por la lectura. La fusión entre ficción y realidad hacen que la lectura nos emocione intensamente. Por todo ello les recomiendo que no dejen de leerlo y adquirirlo en las principales librerías de toda España.

4 comentarios:

  1. Enhorabuena por tan estupendo post!! Les recomiendo la lectura, es apasionante..

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  2. Muchísimas gracias a ti, querido amigo, por ofrecerme este espacio en tu magnífico blog.
    Un fuerte abrazo.
    Jesús Villanueva

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  3. FUEGO DE BRONCE

    Acabo de terminar Fuego de Bronce y me ha gustado mucho la forma en que el autor describe la historia de Nelson intercalada con la de algunos personajes del momento.
    No obstante echo de menos un mapa de Santa Cruz de la época, donde se hubiera podido observar la ubicación de los lugares en donde transcurrieron los hechos, Yo soy de Santa Cruz y puedo tener una idea bastante aproximada, pero un lector que no conozca la ciudad, se pierde en el ataque (como se perdieron un poco los ingleses...)
    También hay un hecho que se repite en la novela donde dice que el sol se ponía por las montañas de Anaga y a mí me parece que más bien el sol se pone por el Oeste hacia la montaña de Taco (que no creo que pertenezca al macizo de Anaga).
    Asimismo tengo mis dudas en cuanto al lenguaje utilizado por los lugareños, ya que si bien los canarios tenemos un dialecto propio, como puede ser el seseo, el yeísmo, la aspiración de 's', el "ustedes" en vez del vosotros y otros, no usamos tanto la pérdida de la 'd' intervocálica en las palabras que terminan en "ado", que viene a ser un vulgarismo sobre todo andaluz.
    Es decir, no solemos decir "comío" en vez de comido, o "empezao", en vez de empezado. En el relato se utiliza mucho esta forma de hablar entre la gente popular (el mago, para que nos entendamos mejor) y me parece que no es del todo correcto, a no ser que en aquella época fuera así.
    De cualquier forma, en un libro muy ameno y se lo recomiendo a todos los que les guste la historia.
    Rosi Peña

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  4. Hay que tener agallas para glorificar a un ejercito español casi inexistente en aquellos tiempos, asi como, a un viejo general enfermo y demente que con la llegada de los ingleses se refugio en el castillo de Palo Alto con diarrea incluida.

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