Artículo de: Xoán Xosé Pérez Labaca
Lo mismo que los “furanchos o loureiros” que hay por el sur de la provincia de Pontevedra (zonas del Salnés, alrededores de Vigo y comarcas de Redondela y Condado) en Canarias existen unos establecimientos similares llamados “guachinches” en Tenerife y “bochinches” en Gran Canaria y las otras islas. En Galicia son conocidos por “furanchos” y también por “loureiros”, que son laureles en castellano, motivado a que la casa que ofrecía su propio vino lo anunciaba poniendo un ramo de hojas ese árbol lauráceo sobre la puerta.
Un “guachinche” en Tenerife es, al igual que el “furancho” gallego, un establecimiento instalado por un labrador bodeguero, para vender el vino de su propia cosecha, al mismo tiempo que ofrece comida típica canaria, en un recinto de su casa o salón adaptado para ello. Estos establecimientos tienen su origen en los tenderetes que montaban muchos agricultores y ganaderos en determinadas fechas del año para vender sus productos (especialmente vino de malvasía) directamente al comprador y posteriormente al consumidor local.
La mayoría de estos establecimientos están situados en la zona del norte de Tenerife y de manera especial en el Valle de la Orotava. En los alrededores de esa ciudad están los mejores “guachinches” de todo Canarias.
Por lo general los locales estos están perfectamente señalizados con la palabra “guachinche” y el nombre del agricultor elaborador del vino. En la mayoría de los casos cuando el vino de la cosecha, se acaba, cierran. En otros casos no, pues le compran el vino a sus vecinos por lo que incluso permanecen abiertos todo el año.
Los “guachinches”, aparte del cartel anunciador resultan fáciles de reconocer por sus paredes sin recubrir con los ladrillos a la vista, decoración ‘sui generis’ con fotografías del lugar o pequeños cuadros ‘naif’ de pintores locales, mantel de cuadros rojos y blancos con plástico transparente por encima, sillas y mesas metálicas o, a veces, de madera chapada tipo ‘formica’, también en ocasiones barriles de vino, centros de mesa con floreros de flores artificiales, anuncio con muchos platos escritos en tiza con faltas de ortografía y muchos otros borrados con la mano, además, un sin fin de notas singulares, más o menos variables, que hacen de estos peculiares “restaurantes” canarios unos lugares únicos.
Estos establecimientos se encuentran dentro de la legalidad y ofrecen a la clientela productos, de calidad contrastada, cocinados bajo la fórmula de la cocina casera a base de pescados frescos y salados, conejo, costilla de cerdo, cabra, papas y hortalizas que, si son de su propia cosecha, resultan ser una verdadera delicia. Platos curiosos, para el foráneo, que colman las exigencias del paladar son: rancho canario, ‘costillas saladas con patatas y espigas de millo (maíz)’, ‘bubangos (calabacines) rellenos’, ‘papas (patatas) arrugadas con mojo picón’, ‘carne de fiesta’, ‘churros de pescado’ o ‘la garbanza’ entre muchos otros. Los quesos como los vinos merecen un tratamiento especial pues son de cosecha propia y de elaboración artesanal, por lo tanto únicos por lo que resulta casi imposible encontrarlos en otros sitios. Para redondear su atractivo, sus precios son mas que moderados, en torno a los ocho, diez o como mucho doce euros por persona.
Los “guachinches” no son todos iguales, ni tienen la misma calidad en cuanto a las características del local y sobre todo al vino que ofrecen, por lo que siempre alcanzan mayor fama los que poseen los mejores caldos. En cuanto a las comidas y tapas que sirven son, todos ellos sin excepción, de una calidad superior por lo que el arte culinario no sirve para evaluarlos, lo mismo que la amabilidad en el servicio que siempre, en todos los casos, resulta excelente. Están siempre o casi siempre llenos de los propios “chicharreros” o de otros canarios que desde otras islas se desplazan a Tenerife para pasar un fin de semana y comer en estos establecimientos. Por otra banda, son muy pocos los turistas, peninsulares (gallegos casi ninguno) o extranjeros que los conocen lo qué resulta una verdadera lástima porque aunque no necesitan clientes es una pena perder, por desconocimiento, un placer gastronómico, natural y barato, que coadyuvará a que la estancia en la isla sea, si cabe, más placentera.
También es de destacar que en estos locales, de vez en cuando, después de comer, merendar o cenar, los parroquianos sacan el timple y las guitarras para cantar hermosas canciones (isas, folias, malagueñas, etc.) del rico folclore isleño que son coreadas por la mayor parte de los presentes, lo que hace que la estancia en estos establecimientos, de por sí agradable, se prolongue.
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