Angel García nació en Igueste de San Andrés en 1800, en una casita blanca (casi del miedo) próxima al mar, en la que solía recalar con su velero para aprovisionarse del manantial existente en la cueva del agua. Apodado "Cabeza de Perro" presentaba los siguientes rasgos físicos: grueso y rechoncho, de nariz chata, ojos pequeños y hundidos, boca larga con separados dientes, cabello trigueño y cabeza muy abultada -a la vez que deforme- con enormes protuberancias, razón por la cual usaba ceñidor y capucha de color negro al objeto de cubrírsela. En el barrio de San Lázaro, en La Habana, poseía un verdadero palacio cuyo aspecto exterior era el de una dulcería; por dentro, estaba repleto de espejos y lámparas con incrustaciones de oro; las habitaciones se comunicaban con puertas secretas que daban a los sótanos de la muerte donde su fiel servidor, Plácido el Mulato, esperaba a sus víctimas; los cuartos estaban llenos de arcas con los frutos de las rapiñas (dinero, alhajas, relojes, etc...).
Desde una vivienda situada frente a la
pastelería, su hijo Luis García, controlaba la entrada y salida de las
personalidades (clientes) con las que su padre se relacionaba en cuestiones de
pillaje y negocios ocultos. En sus desplazamientos hasta las costas africanas
en busca de esclavos negros y naves cargadas de marfil y maderas nobles, nunca
atacó a las embarcaciones que navegaban por aguas canarias, por el contrario, e
Caribe constituyó su centro de operaciones. El episodio más conocido del pirata
fue el asalto que, desde su barco insignia El Invencible, efectuó al bergantín
El Audaz en su recorrido desde La Habana a Nueva York. En la refriega acuchilló
a los tripulantes y pasajeros, excepto a una mujer y a su hijo, quienes se
habían escondido; no obstante, cuando ambos fueron descubiertos los arrojó al
mar, al tiempo que hundía el barco y emprendía la retirada.
Afortunadamente, el velero italiano Centauro
los recogió y al relatar la odisea al capitán, éste le mostró el retrato de
Cabeza de Perro, reconociéndolo la señora como el autor de aquella matanza.
Según algunos autores, desde ese momento el pirata cambió de actitud, ya que aquel
llanto infantil le quedó grabado en su mente, de tal manera, que el
remordimiento no le permitía conciliar el sueño.
Además, como notaba que envejecía
rápidamente, expresó a sus socios, personas de elevado rango social, su deseo
de abandonar la piratería e incluso entregarse a la justicia, pero su hijo le
disuadió, porque ello induciría a descubrirlos a todos. Comenzó entonces a
frecuentar la Iglesia y entabló amistad con un clérigo, también oriundo de
Tenerife, quien lo convenció para que regresara a su Isla natal, tomando el
pirata la decisión de volver de nuevo a su antigua casa en donde dedicaría su
tiempo a labrar la tierra y por las tardes se sentaría a observar los barcos
surcando la mar. Fue así como ataviado de indiano -traje blanco, sombrero,
anteojos de hombre respetable y acompañado por una cotorra- embarcó en El
Tritón.
Durante la travesía no salió del camarote y
solo al oír el grito de tierra fue cuando subió a la cubierta para contemplar
el Teide y su casita de Igueste. Al llegar al puerto de Santa Cruz de Tenerife
desembarcó totalmente transformado, ya que llevaba pantalones anchos por encima
de los tobillos, una chupa de grandes faldones, sombrero de guano de ala ancha,
un paraguas y una jaula con la cotorra; su feo aspecto fue motivo de
comentarios jocosos, a la vez que de burla por una multitud de chiquillos
-situación que el pirata rechazaba con el paraguas- lo que originó que aquellos
palanquines le tiraran piedras hasta dejarlo herido en el suelo. Cuando
llegaron los guardias para protegerlo, lo encontraron intentando defenderse con
un cuchillo, cuyo mango en forma de cabeza de perro, lo delató y fue
encarcelado. A partir de este episodio, pasó largo tiempo en el Castillo de
Paso Alto a la espera de la resolución de su condena. Entre tanto, se distraía
fumando y construyendo maquetas de barcos, sin hablar ni siquiera con sus
guardianes. Al conocerse la sentencia de su muerte nadie quiso perderse el
espectáculo de su traslado -a pie entre bayonetas- desde aquella fortaleza al
barrio del Cabo. En los instantes previos a la ejecución pidió un habano, donó
la maqueta de un bergantín a la Virgen del Carmen y para demostrar su
personalidad arrogante hasta el final, se atavió un pañuelo rojo en la cabeza y
lanzó una mirada y una sonrisa irónica mientras recibía los disparos que
acabaron con su vida. (José Manuel Ledesma)
Ilustración
de un ataque pirata / 'Piratería en Canarias' (Manuel De Paz)
Cabeza de Perro, el
pirata que nunca existió.
Sin embargo, también se ha dado vida a bucaneros que jamás existieron. Este es el caso del famoso pirata Cabeza de Perro, un supuesto saqueador nacido en San Andrés, en Tenerife, cuyo apodo era debido a su deforme cabeza y dentadura desproporcionada y que presuntamente actuó a finales del s.XIX. El propio Manuel De Paz, catedrático de Historia de América en la Universidad de La Laguna (ULL) recoge en su obra, La Piratería en Canarias, ensayo de historia cultural, este pirata, de nombre Ángel García, supuestamente era un bucanero con fama de cruel y despiadado. Con serios problemas para razonar. Sin embargo, hay un suceso en su vida de marinero que lo hace abandonar la piratería. Se trata del momento en el que abordan a un navío y ordena arrojar al mar a una madre con su pequeño. El llanto del niño ya nunca lo abandonará y herido por la culpa decide volver a su tierra natal. Allí sería detenido y ejecutado. Antes de morir encomienda su alma a la virgen y se arrepiente de sus pecados. Además, el escritor Aurelio Pérez lo vincula con una religiosa cubana llamada Sor Milagros. Por ello, De Paz considera que “es una clara influencia que tuvo en García la figura del pirata Amaro Pargo”.
Sin embargo, también se ha dado vida a bucaneros que jamás existieron. Este es el caso del famoso pirata Cabeza de Perro, un supuesto saqueador nacido en San Andrés, en Tenerife, cuyo apodo era debido a su deforme cabeza y dentadura desproporcionada y que presuntamente actuó a finales del s.XIX. El propio Manuel De Paz, catedrático de Historia de América en la Universidad de La Laguna (ULL) recoge en su obra, La Piratería en Canarias, ensayo de historia cultural, este pirata, de nombre Ángel García, supuestamente era un bucanero con fama de cruel y despiadado. Con serios problemas para razonar. Sin embargo, hay un suceso en su vida de marinero que lo hace abandonar la piratería. Se trata del momento en el que abordan a un navío y ordena arrojar al mar a una madre con su pequeño. El llanto del niño ya nunca lo abandonará y herido por la culpa decide volver a su tierra natal. Allí sería detenido y ejecutado. Antes de morir encomienda su alma a la virgen y se arrepiente de sus pecados. Además, el escritor Aurelio Pérez lo vincula con una religiosa cubana llamada Sor Milagros. Por ello, De Paz considera que “es una clara influencia que tuvo en García la figura del pirata Amaro Pargo”.
Por otra parte, no hay constancia alguna ni en Canarias ni en América de la existencia de tal pirata. A pesar de lo característico de su aspecto y de sus afamadas hazañas. Ni siquiera existen documentos sobre la supuesta ejecución a la que fue condenado. Por ello no hay prueba alguna de que ese personaje existiera realmente. Además, Pérez Zamora mantiene en su relato que existía una fotografía del pirata, aunque jamás ha aparecido tal instantánea. Lo que si es cierto, según el propio profesor De Paz, es que “existió un delincuente común apodado Cabeza de Perro que actuó en los años 20″.
No hay comentarios:
Publicar un comentario