miércoles, 17 de julio de 2013

LAS GANGOCHERAS

Las Gangocheras, muy populares a mitad del siglo XIX, podemos situarlas en el Puerto de la Cruz e incluso en Santa Cruz, a donde acudían a cambiar o vender sus productos de los pueblos del interior de la Isla.


Guigou, en su obra “El Puerto de la Cruz y los Iriarte”, nos relata que las “Gangocheras y Canastilleras es el nombre popular de las revendedoras que desde tiempo inmemorial existían en el Puerto de la Cruz”. “Muy de mañana, al alba, salían de sus casas, en la “Ranilla” numerosas mujeres cargadas a la cabeza, con una gran cesta de pescado fresco, de ese pescado tan sabroso del Puerto que llega, aún vivo al comprador”… “Caminan adelante y descalzas estas gangocheras, subían hasta La Orotava y pueblos del Valle, donde cambiaban el pescado por productos de la Tierra, mientras que las Canastilleras, vendían las telas que recibían desde Santa Cruz, o las cambiaban por orchilla, cochinilla y hasta por vino, todo lo cual les producía buenas ganancias, por lo que la “Ranilla”, junto a casas miserables, tenía familias que gozaban de un gran bienestar económico, sobre todo los vecinos de la calle San Felipe”



“Es de advertir que ambas clases de revendedoras, no hacían su entrada en los pueblos sin antes ponerse el calzado que llevaban en la cesta, el cual se volvían a quitar en cuanto iniciaban el regreso al Puerto. Los zapatos son pues, un simple adorno, el corretear descalzas desde niñas, les dotaba de unas plantas de los pies lo suficientemente encallecidas para poder desafiar todos los pedregales”
Ellas tuvieron un merecido lugar en la historia de Puerto de la Cruz. Marcaron a fuego gran parte de un legado local que lleva inexorablemente ligado el inequívoco sello del trabajo y la superación, cimentado en una dura batalla contra las numerosas penurias de la época.



En blanco y negro, las fotografías recuerdan el simpático contoneo de sus figuras con las cestas de pescado en la cabeza, anunciando la llegada de los regalos del mar para venderlos o intercambiarlos por otros víveres. Se trata de las vendedoras de pescado del muelle pesquero, mujeres que representaron la dignidad de un pueblo que antes de la llegada del turismo, basó gran parte de su economía en los trabajos dependientes de la mar. A manera de homenaje y recuerdo, el 11 de abril del año 2008, durante el mandato de la exalcaldesa socialista, Dolores Padrón, se colocó a los pies del muelle pesquero, un monumento de bronce como remembranza a la trascendencia de este importante colectivo. Dicha estatua, pagada por el Club de Leones de la ciudad turística, y obra del artista Julio Nieto, significó un símbolo de la importante labor económica que tuvieron las vendedoras de pescado, también conocidas como gangocheras.

A día de hoy, ha entrado rápidamente a formar parte de la vida cotidiana como una ciudadana de a pie más, que se mezcla con los paseantes, convirtiéndose en una persona que, por su naturaleza material, permanecerá generación tras generación. Sin duda, es la más visitada, fotografiada y comentada por todos los que pasan por este especial rincón de Puerto de la Cruz, parte viva de la historia del siglo pasado.



A manera de reseña histórica y para arrojar un poco de luz sobre el perfil y la labor de las gangocheras, el exalcalde portuense y estudioso de la historia local, Salvador García, eleva la figura de las vendedoras.
García, explica que tuvieron un papel sobresaliente en los años anteriores y posteriores a la Guerra Civil, suplementando las labores cotidianas de los hombres que trabajaban en las plataneras o en la mar. “Hablar de ellas es rememorar el pasado de la ciudad. Siempre tuvieron su ámbito de acción en el muelle pesquero, siendo la antigua pescadería un núcleo de actividad comercial muy importante, eso sí, antes de pasar al anterior mercado donde desarrollaron una actividad de venta directa”, destaca el estudioso en la materia.

En este sentido, se antoja imprescindible señalar que su trayectoria estuvo marcada por dos etapas. Una doméstica, de venta directa y otra en la que se pasó a la venta a proveedores, en la que se suministraba a los restaurantes. “Era muy particular el estilo peculiar de ofrecer sus productos aireando con gritos y reclamos el género, al objeto de persuadir a los posibles compradores; algunas chapurreaban términos en inglés”, resalta.



Sobre su final, Salvador García lo sitúa a mediados de los años 80. “Al inaugurar el centro San Felipe-El Tejar, y en parte, por la ausencia de relevo generacional, la actividad comenzó a desaparecer. Un punto clave fue la aparición de nuevas técnicas de negocio, la reglamentación sanitaria y la aparición del gran competidor del pescado fresco, el refrigerado”, apostilla.

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